lunes, 11 de febrero de 2013

Te difuminas

Lentamente se horada tu cuerpo, lentamente se ulcera. Tú con solapada paciencia nos miras, nos escuchas y cierras tus ojos, para, tal vez, imaginarte en otra parte; te molesta la falta de luz natural, te inquieta que los colores ya no brillen, te preguntas en silencio hasta cuándo estarás allí, nosotros nos preguntamos hasta cuándo te tendremos aquí.

Te diluyes con calma, con demasiada conciencia, tanta que asusta. Conciencia que  nos alienta a aferrarnos al milagro de la vida, esa vida que se defiende con  egoísmo. No queremos vivir con la ausencia, siempre con la presencia. 

Si pudiéramos elegir, con toda seguridad y de forma egoísta, sin dudarlo, elegiríamos para este martirio a quienes hacen daño, a quienes quitan en vez de dar, a quienes hacen mal. Nunca a ti, solo viviste para amar, dar afecto, bromear, cuidar, exigir, es que eres un todo de un gran círculo como es la familia.

Nuestros afectos son fuertes, tácitos. Amamos a los nuestros, criticamos a los nuestros, defendemos a los nuestros y a todo aquel que adoptemos. Nos cuesta un mundo las separaciones, no entendemos cómo se maniobran, si aún seguimos sintiendo a los que han partido entre nosotros.

Cómo se debe entender que el tiempo es perfecto, que las líneas torcidas realmente se encuentran derechas, que la vara con la que medimos, nos mide, si te veo y me pregunto: ¿Por qué? qué fue eso que hiciste  en tus pocas horas de no hacer nada, entre preparar la comida, limpiar la casa y atender a la familia; ¿qué? cuál fue el gran daño que hiciste para que tu cuerpo se disgregue...Dios 

La impotencia, el dolor, la soledad y el miedo nos acompañan, de hecho son parte de la vida, te conviertes frente a todos en  nimbo y solo nos queda esperar la lluvia...